artículos

Silencio: un acto de madurez

Vivimos en una época donde la autenticidad se confunde, con demasiada frecuencia, con la impulsividad. Decimos lo que pensamos “sin filtro”, convencidos en nuestra supuesta madurez que estamos siendo fieles a nosotros mismos, cuando en realidad lo que hacemos es dejar que nuestras emociones no gestionadas dicten nuestras acciones. Y en esa confusión, olvidamos algo esencial: las palabras también construyen o destruyen mundos.

En medio de los avances tecnológicos que aceleran todo a nuestro alrededor, la humanización parece cada vez más lejana. Por eso, hoy más que nunca, necesitamos entender que nuestras acciones y nuestras palabras tienen peso. Que ser auténtico no es herir con la verdad, sino saber cuándo y cómo compartirla.

Durante años, creí que mis diferencias me otorgaban una suerte de permiso para decir lo que pensaba, sin medir las consecuencias. Como si tener una personalidad distinta justificara hablar por impulso. Hoy, después de vivir ciertas experiencias difíciles, he comprendido que la prudencia es una forma elevada de sabiduría, y que el silencio —bien utilizado— puede ser tan poderoso como una gran verdad.

A lo largo de este proceso de madurez, he aprendido que no todas las batallas valen la pena. Elegir cuál librar y cuál no, es un acto de amor propio. Y también es una manera de priorizar lo que realmente nutre, dejando atrás lo que solo resta.

He estado trabajando en el manejo de mis emociones, sanando heridas profundas, y puedo afirmar que mi actitud ante la vida ha cambiado significativamente. El rencor es un ancla que no te permite avanzar. Las heridas sin cerrar sabotean nuestros sueños y metas. Liberarlas es un acto de valentía, aunque duela.

Hoy en mi madurez tengo más claro que nunca hacia dónde quiero ir. Y sé que si deseo convertirme en una mejor versión de mí, debo hacer espacio para una transformación profunda. No se trata de estar feliz todo el tiempo, sino de vivir cada etapa con gratitud, incluso las más difíciles.

La vida es, al final, una oportunidad invaluable. Pero también es finita. Depende de cada uno decidir cómo usar ese tiempo: si vamos a pasar por este mundo dejando cicatrices o dejando huellas que inspiren. A veces, callar no es rendirse. A veces, callar es el acto más estratégico que podemos hacer para no herir, para no replicar el dolor, para no repetir patrones que no nos construyen.

El verdadero éxito no está en una cuenta bancaria abultada, sino en la capacidad de enfrentar la vida con dignidad, compasión y conciencia. No todos los días serán fáciles, ni todas las circunstancias estarán a nuestro favor. Pero si logramos encontrar el equilibrio emocional, ciertas cosas simplemente dejarán de tocarnos. Aprenderemos a dejar pasar, a soltar, a priorizar.

A veces, para seguir creciendo, hay que depurar relaciones. Pero incluso en esa depuración, lo importante es quedarnos con los buenos recuerdos, sin resentimientos. Comprender que el dolor —aunque incómodo— es parte del viaje, y que muchas veces nuestra mayor fortaleza nace precisamente de allí, de haber estado rotos y habernos reconstruido con más verdad.

Cada uno de nosotros tiene el poder de construir su propio proyecto de vida. No permitas que otros te frenen. No pongas tus sueños en manos ajenas. El tiempo es relativo, sí, pero lo que no lo es, es la importancia de cómo te sientes contigo mismo mientras avanzas.

Escuchar el llamado de la vida es entender que tu vocación también puede cambiar. Y que está bien. Que ser auténtico no es aferrarse a una sola versión de ti, sino evolucionar con conciencia y bondad hacia los demás.

./EFS

También puede leer Cuando el milagro es confiar

Diversidad Inclusión Neurodivergente